Los últimos
- Jorge Mario Sierra Marin
- 30 jun 2016
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 8 nov 2018
Este es un escrito que hice por la invitación de una amiga, El Blog de Nati.

He intentado poner en orden mis ideas y escribir un poco sobre lo que significa ser el último de las carreras, o por lo menos estar en ese “selecto” grupo de tortugas que nos arrastramos con orgullo y sin vergüenza hasta la meta, aunque ya estén levantando todo y los ganadores ya estén haciendo la siesta.
Lo mejor es que me siento orgulloso de estar entre los últimos de cada carrera en que participo. En la meta levanto los brazos, sonrío, me seco las lágrimas de felicidad, grito, saludo y voy en busca de la medalla que exhibo en mi cuello, por lo menos hasta que llego a mi casa. Ese ritual se lo he contagiado a mi esposa y mi hijo, pues tenemos claro que siempre que terminamos es un logro espectacular y vencimos a todos aquellos que ni siquiera intentan terminar 10, 21 o 42 kilómetros.
Yo me siento tan atleta como el primero, aunque en los entrenamientos para meter un kilómetro en 5 minutos, tenga que sentir el corazón a punto de estallar y los músculos desbaratándose mientras me detengo dando tumbos, viendo como los veloces de 3:30 me pasan conversando. En este punto aprendí una de las más bonitas lecciones sobre correr y respetar a todos, sin importar la edad o la velocidad, el sexo o el color, la clase social o el atuendo de cada corredor. En nuestros entrenamientos, los días sábado en la madrugada, nos encontramos con todos los corredores de Envigado en la pista del Dorado. Allí hay de todo: viejos, jóvenes, hombres, mujeres, blancos, negros, indios, mulatos, ricos, pobres, élite, voladores, tortugas. Pero todos somos CORREDORES.
Es impresionante ver cómo los más veloces, una vez terminada su tarea y aunque estén en sus sesiones de estiramiento, están pendientes de los lentos que apenas vamos por la mitad, con ánimos, consejos, entregándonos la hidratación y algunas veces solo con un amable saludo de colega. Cuando estamos corriendo y yo voy a mi demoledor paso de tortuga por el carril 2, ellos mismos me regañan y me animan para que corra por el carril uno, con el argumento de que todos somos atletas y tenemos los mismos derechos en la pista. Eso para las babosas que nos arrastramos una vuelta por dos de ellos, es un estímulo en el alma.
Entonces, si todos somos atletas, si todos nos estamos esforzando al máximo por lograr nuestras metas, si todos le metemos el alma por mejorar, aunque sea de muy mal ritmo a mal ritmo, ¿por qué en muchas carreras se menosprecia este esfuerzo? Y lo menosprecian los organizadores y muchos de los atletas élite. Es increíble un artículo que me encontré que dice que terminar una maratón no te hace maratonista y se burla de los que terminamos por encima de 4 horas ese recorrido. Lo peor de ese artículo, es que hay muchos comentarios de otros atletas apoyando eso. Como si los lentos no tuviéramos derecho a correr. A ese súper hombre y sus seguidores, les contesté que éramos iguales, que teníamos medallas iguales, que habíamos recorrido distancias iguales, y que aunque él hubiera hecho 3 horas y yo 5:20 los dos éramos maratonistas y debíamos estar orgullosos de serlo.

Y los organizadores de algunas carreras igual se olvidan de nosotros. Aunque hemos pagado la misma inscripción que los élite. Aunque portamos las camisetas con la misma emoción. Aunque nuestras familias nos esperen orgullosas por terminar esa lucha que son las carreras. Es increíble ver cómo nos abren el tráfico de vehículos, aunque estemos cumpliendo con el tiempo propuesto por la organización, poniendo en riesgo nuestras vidas y aplastando nuestras ilusiones. Como se olvidan que estamos igualmente deshidratados como los campeones, incluso más porque llevamos mucho más tiempo corriendo. Como nos “tiran” las medallas como si no nos las hubiéramos ganado en franca lid.
Los últimos somos tan importantes como los primeros. Tan valientes como los élite. Tan comprometidos como los campeones. ¿Y saben por qué? Porque somos, sentimos, vivimos y sufrimos igual que todos los corredores. Una amiga atleta, luego de verme gritar y animar a unas personas que estaban terminando una carrera infernal de 10 k en subida que no pude correr, me dijo: “te pones muy sentimental con los últimos”. Y le contesté: “Claro, yo soy de ésos y se lo que están sintiendo”.
Pero también nos encontramos con gente y organizadores que nos hacen sentir como los mejores. Recuerdo con mucho cariño la Media Maratón de La Ceja 2015, donde corrieron muchos élite nacionales y extranjeros. Cuando yo estaba a un kilómetro de terminar mi primera de las dos vueltas del circuito, me pasaron los ganadores. Ese día solo 5 personas llegaron detrás de mí. Y aunque la mayoría eran corredores muy veloces, la organización nos esperó, nos mantuvo alejados del tráfico de vehículos, nos dieron hidratación hasta en el último puesto, la zona de recuperación estaba igual de bien surtida que como la encontraron los primeros, la medalla nos la pusieron con una sonrisa. Igual en la Maratón de Miami 2016, donde el animador bajó de la tarima cuando estábamos en la recta final, mira nuestras camisas y dice a todo pulmón como si estuviera anunciando a los ganadores: “Daniel and Jota…Ahhhh bienvenidos Colombiaaaaa”. Y la señora de las medallas que me mira, me sonríe, me pone la medalla y me da un abrazo. ¡Eso, para unos corredores que estábamos terminando en 5 horas 20 minutos!!!! ¡Llegué en el puesto 2.500 de 3.078 personas que terminamos!!!!

Más impresionante en la Media Maratón de Barranquilla 2016, que era la primera media maratón que hacían. La organización y el respeto fue espectacular. Ese día me sentí muy mal en la carrera, pero en todos los puestos de hidratación me esperaron, me animaron. Incluso me desplomé pasando la meta y la atención fue la mejor. Gracias a ellos y a todos los anónimos y conocidos que nos dan motivos para terminar nuestras carreras.
Si hay algo que admiro, es a los corredores veloces que se toman la molestia de animar a estas babosas que nos arrastramos y cuando nos ven sufriendo en los últimos kilómetros. Ellos ya terminaron, estiraron, se hidrataron y hasta conversaron. Recuerdo una Media Maratón de las Flores en que para variar venía muy cansado, y un hombre grande con acento español me mira desde la barrera, me muestra su medalla y me dice: “vamos, ya la tenéis”. O en la subida a La Catedral en Envigado, que son 9 kilómetros como una pared, cuando le pregunté a un corredor que ya bajaba con su medalla, que si esta carrera si tenía fin. Me miró, sonrió, estiró su mano y me tocó el hombro diciendo: “No vayas a parar por ningún motivo campeón, te faltan 100 metros”. Con eso terminé esa carrera.
¡¡¡Ánimo mis últimos!!! ¡¡¡¡Con dignidad mis tortugas!!!! Crucen la meta con los brazos en alto. Sonrían , griten y lloren de emoción, aunque nadie esté ya para contestarles. Porten sus medallas con orgullo y exhíbanlas en sus casas en el mejor sitio. TODOS SOMOS CAMPEONES.
Una última anotación: quieren ver cómo termino? Vean un video que se llama “Siempre hay alguien esperando”. Así termino.
Jorge Mario Sierra Marín
MARATONISTA
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